ROMANCES DEL CID
DE CÓMO EL CID VENGO A SU PADRE (1593)
Pensativo estaba el Cid
viéndose de pocos años
para vengar a su padre
matando al conde Locano
miraba el bando tímido
del poderoso contrario
que tenía en las montañas
mil amigos asturianos;
miraba cómo en las cortes
del rey de León Fernando
era su voto el primero,
en guerra su mejor brazo;
todo le parece poco
respecto de aquel agravio,
el primero que se ha hecho
a la sangre de Layn Calvo;
al cielo pide justicia,
y a la tierra pide campo,
y al viejo padre licencia,
y a la honra esfuerzo y brazo;
no cura de su niñez,
que en naciendo está obligado
a morir por casos de honra
el hijo del hijo dalgo.
Descolgó una espada vieja
de Mudarra el castellano
que estaba vieja y mohosa
con la muerte de su amo,
y pensando que ella sola
bastaba para el descargo,
antes que se la ciñese
ansí le dice turbado:
Haz cuenta, valiente espada,
que es de Mudarra mi brazo
y que con mi brazo riñes,
porque mío es el agravio.
Bien sé que te correrás
de verte asida en mi mano,
mas no te podrás correr
de volver atrás un paso;
tan fuerte como tu acero
me verás en campo armado;
tan bueno como el primero
segundo dueños has cobrado;
y cuando alguno te venza,
con él me quieras casare,
que quien tanto mal me hizo
quizá algún bien me harae.
El rey, vista la presente,
el Cid envió a llamare,
que venga sobre seguro,
que lo quiere perdonare.
DE LA INFANTA DOÑA URRACA QUE FUE PARA
CABEZÓN A QUEJARSE MUY MALAMENTE AL
REY SU PADRE (1065-1072)
Morir vos queredes, padre,
San Miguel os haya el alma,
mandastes las vuestras tierras
a quien se vos antojara,
a don Sancho de Castilla,
Castilla la bien nombrada,
a don Alfonso a León
y a don García a Vizcaya.
A mí, porque soy mujer,
dexaysme desheredada:
yrme yo por esas tierras
como una mujer errada,
y este mi cuerpo daría
a quien se me antojara,
a los moros por dineros
y a los christianos de gracia;
de lo que ganar pudiere
haré bien por la vuestra alma.
Calledes, hija, calledes,
no digades tal palabra,
que mujer que tal decía
merescía ser quemada.
Allá en Castilla la Vieja
un rincón se me olvidaba;
Zamora había por nombre,
Zamora la bien cercada;
de una parte la cerca el Duero,
de otra, Peña Tejada,
del otro, la Morería,
¡una cosa muy preciada!
¡quien vos la tomare, hija!
la mi maldición le cayga!
Todos dicen amen, amen,
Sino don Sancho que calla.
ROMANCES HISTÓRICOS
ROMANCE DEL REY DON PEDRO EL CRUEL
Por los campos de Xereza
caza va el rey don Pedro:
en llegando a una laguna,
allí quiso ver un vuelo.
vido volar una garza
desparole un sacre nuevo,
remontárale un neblí,
a sus pies cayera muerto;
a sus pies cayó el neblí,
túvolo por mal agüero.
Tanto volaba la garza,
paresce llegar al cielo.
Por donde la garza sube
vio baxar un bulto negro;
mientras más se acerca el bulto,
mas temor le va poniendo;
con el abaxarse tanto
paresce llegar al suelo;
delante de su caballo
a cinco passos de trecho;
dél salió un pastorcico,
sale llorando y gimiendo;
la cabeza desgreñada,
revuelto trae el cabello,
con los pies llenos de abrojos
y el cuerpo lleno de vello;
en su mano una culebra
y en la otra un puñal sangriento;
en el hombro una mortaja,
una calavera al cuello;
a su lado de traílla
traía un perro negro;
los aullidos que daba
a todos ponían miedo,
a grandes voces decía:
Morirás, el rey Don Pedro,
que mataste sin justicia
los mejores de tu reyno,
mataste a tu propio hermano
el maestre, sin consejo,
y desterraste a tu madre,
a Dios darás cuenta dello.
Tienes presa a doña Blanca,
enojaste a Dios por ello,
que si torna sa quererla
darte ha Dios un heredero,
y si no, sepas por cierto
te vendrá desmán por ello;
serán malas las tus hijas
por tu culpa y mal gobierno;
y tu hermano don Enrique
te habrá de heredar en reyno;
morirás a puñaladas,
tu casa será un infierno.
Todo esto recontado,
Despareció el bulto negro.
ROMANCES FRONTERIZOS
DE DON ENRIQUE DE GUZMAN (1436)
Dadme nuevas, caballeros,
nuevas me querades dar
de aquese conde de Niebla,
don Enrique de Guzmán,
que hace guerra a los moros,
y ha cercado a Gibraltar.
Veo hoy lutos en mi corte,
ayer vi fiestas muy grandes:
o el príncipe es fallecido,
o alguno de mi sangre,
o don Alvaro de Luna,
el maestre y condestable.
No es muerto, señora, el principe;
mas ha fallecido un grande,
que veredes a los moros
cuán poco vos temerán,
que a éste sólo temían
y no osaban saltear.
Es e buen conde de Niebla
que se ha anegado en el mar;
por acorrer a los suyos,
nunca se quiso salvar;
en un batel donde venía
le hicieron trastornar,
socorriendo un caballero
que se le iba a anegar.
La mar andaba tan alta
que no se pudo escapar,
teniendo cuasi ganada
la fuerza de Gibraltar.
Llorándole todas las damas,
galanes otro que tal,
llórale gente de guerra
por ser tan buen capitán,
llóranle duques y condes,
porque a todos sabía honrar.
¡Oh qué nuevas me traedes,
caballeros, de pasar!
Vístanse todos de jerga
no se hagan fiestas más,
vaya luego un mensajero,
venga su hijo don Juan;
confirmalle he lo del padre,
más le quiero acrecentar,
y de Medina Sidonia
duque le hago de hoy más,
que a hijo de tan buen padre
poco galardón se da.
ROMANCES CAROLINGIOS (Siglo XV-XVI)
ROMANCE DE LA LINDA MELISENDA
Todas las gesten dormían
en las que Dios había parte;
mas no duerme Melisenda,
la hija del emperante,
que amores del conde Ayuelos
no la dejan reposar.
Salto diera de la cama
Como la parió su madre;
vistiérase una alcandora
no hallando su brial;
vase para los palacios
donde sus damas están;
dando palmadas en ellas
las empezó a llamar:
Si dormides, mis doncellas,
si dormides, recordad;
las que sabedes de amores
consejo me queráis dar;
las que de amor non sabedes
tengádesme poridad
amores del conde Ayuelos
no me dejan reposar.
Allí hablara una vieja,
vieja es de antigua esas:
placer vos querades dar,
que si esperáis a vejez
no vos querrá un rapaz.
Desque esto oyó Melisenda,
empezó de caminar;
vase para los palacios
donde al conde ha de hallar,
a sombra va de tejados
que no la conosca nadie.
Encontró con Fernandinos
el aguacil de su padre.
¿Qué es aquesto, Melisenda?
Esto ¿qué podría estar?
¡o vos tenéis mal de amores
o os queréis loca tornar!
Que no tengo mal de amores
Ni tengo por quién penar,
mas cuando yo era pequeña
tuve una enfermedad;
prometí tener novenas
allá en san Juan de Letrán;
las dueñas iban de día,
doncellas agora van.
Desque esto oyera Fernando
puso fin a su hablar;
la infanta, mal enojada,
queriendo dél se vengar:
Pretásesme, ora, Fernando,
pretásesme tu puñal,
que miedo me tengo, miedo,
de los perros de la calle.
Tomó el puñal por la punta,
los cabos le fuera a dar;
diérale tal puñalada
que en el suelo muerto cae.
Allí murió Fernandinos,
el aguacial de su padre;
y ella toma su camino
donde el conde ha de hallar;
las puertas halló cerradas,
no halla por dónde entrar;
con arte de encantamiento
ábrelas de par en par;
siete antorchas que allí arden
todas las fuera a apagar.
Despertado se había el conde
Con un dolor atán grande:
¡Ay, válasme, Dios del cielo
y Santa María su madre!
¿si serán mi enemigos
que me vienen a matar,
o eran los mis pecados
que me vienen a tentar?
La Melisenda discreta
le empezara de hablar:
Yo no so tus enemigos
que te vienen a matar,
ni eran los tus pecados
que te vienen a tentar;
mas era una morica,
morica de allén la mare;
mi cuerpo tengo tan blanco
como un fino cristal;
mis dientes tan menudicos,
menudos como la sal;
mi boca tan colorada
como un fino coral.
Allí fablaba el buen conde,
tal respuesta le fue a dar;
Juramento tengo hecho
y en un libro misal,
que mujer que a mi demande
nunca mi cuerpo negalle,
si no era a la Melisenda,
la hija del emperante.
Entonces la Melisenda
comenzolo a besar
y en las tinieblas oscuras
de Venus es su jugar.
Quando vino la mañana,
que haría alborear,
hizo abrir las sus ventanas
por la morica mirar;
vido que era Melisenda
y empezole de hablar:
¡Señora, cuán bueno fuera
a esta noche yo me matar,
antes que haber cometido
aqueste tan grande mal!
Fuérase al emperador
por habérselo de contar;
las rodillas por el suelo,
le comenza de hablar;
Una nueva vos traía
dolorosa de contar;
mas catad aquí mi espada
que en mí lo podréis vengar;
que esta noche Melisenda
en mis palacios fue a entrar,
siete antorchas que allí ardían
todas las fuera a apagar;
díxome que era morica,
morica de allén la mar
y que venía conmigo
a dormir y a folgar
y entonces yo, desdichado,
cabe mí la dexé echar.
Allí fabló el emperador,
tal respuesta le fue a dar:
Tira, tira allá tu espada,
que no te quiero Fer mal;
mas si tú la quieres, conde,
por mujer se te dará.
Pláceme, dixera el conde,
pláceme de voluntad;
lo que vuestra alteza mande
viesme aquí a vuestro mandar..
Hacen venir un obispo
Para habellos de desposar;
ricas fiestas se hicieron
con mucha solemnidad.