Páginas: 240
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(esta Antología lleva un CD con poemas de Buesa, recitados por Pepe Domingo Castaño
PREFACIO
Buesa es… el amor
Conocía «Pasarás por mi vida…» hace mucho tiempo. Nunca supe de quién era, hasta que Rafael Herrero Mingorance me descubrió que detrás de aquella maravilla de ternura estaba un poeta cubano llamado José ðngel Buesa.
Fue hace ya bastantes años. Desde entonces, mi único objetivo fue buscar a Buesa por mercadillos y librerías. Unos amigos de Miami encontraron una antología hermosísima y entre eso y la edición humilde y primeriza que conseguí en España, he llegado a tener, desperdigados y desordenados, los mejores poemas de mi poeta favorito. Empecé a recitarlos por la radio y nació una locura de comunicación interna y continua entre mis oyentes y yo, cautivados ambos por la magia sentimental de Buesa. Había en su cadencia, en su descarnado romanticismo, un atractivo único para quienes creemos que el amor está por encima de casi todo. Luego, con el paso del tiempo, fui avanzando en mi conocimiento de Buesa y, con la colaboración de Fernando Salaverri, reuní en un disco los mejores poemas, recitándolos a mi manera, con música original. Se vendieron todos y desaparecieron de la compañía que los editó, provocó el cierre el mercado.
Ahora, Victoria Pereira «Lía», realiza la recopilación poética de Buesa, para su edición en todo el mundo. Y me alegro. Va a ser un éxito tremendo. Todas aquellas personas que llamaban a la radio preguntando dónde podrán encontrar un libro de poemas de este cubano irrepetible, tendrán esta antología de EDITORIAL BETANIA en sus manos, para poder gozar, como he gozado yo en tantos años, del genio creador de un hombre que supo hacer del amor el mejor motivo de su palabra. Paco Barrero ya no tendrá que calentar fotocopiadoras para hacer felices a mis oyentes.
Pepe Domingo Castaño
POEMA DE LA CULPA
Yo la amé, y era de otro, que también la quería.
Perdónala, Señor, porque la culpa es mía.
Después de haber besado sus cabellos de trigo,
nada importa la culpa, pues no importa el
castigo.
Fue un pecado quererla, Señor, y sin embargo,
mis labios están dulces por ese amor amargo.
Ella fue como un agua callada que corría…
Si es culpa tener sed, toda la culpa es mía.
Perdónala, Señor, tu que le diste a ella
su frescura de lluvia y su esplendor de estrella.
Su alma era transparente como un vaso vacío:
Yo le llené de amor. Todo el pecado es mío.
Pero, ¿cómo no amarla, si tú hiciste que fuera
turbadora y fragante como la primavera?
¿Cómo no haberla amado, si era como el rocío
sobre la yerba seca y ávida del estío?
Traté de rechazarla, Señor inútilmente,
como un surco que intenta rechazar la simiente.
Era de otro. Era de otro, que no la merecía,
y por eso, en sus brazos, seguía siendo mía.
Era de otro, Señor. Pero hay cosas sin dueño:
Las rosas y los ríos, y el amor y el ensueño.
Y ella me dio su amor como se da una rosa,
como quien lo da todo, dando tan poca cosa…
Una embriaguez extraña nos venció poco a poco:
Ella no fue culpable, Señor… ni yo tampoco!
La culpa es toda tuya, porque la hiciste bella,
y me diste los ojos para mirarla a ella.
Si, Nuestra culpa es tuya, si es una culpa amar
y si es culpable un río cuando corre hacia el mar.
Es tan bella, Señor, y es tan suave, y tan clara,
que sería un pecado mayor si no la amara,
Y por eso, perdóname, Señor, porque es tan bella,
que tú, que hiciste el agua, y la flor y la estrella,
tú, que oyes el lamento de este dolor sin nombre,
¡tú también la amarías, si pudieras ser hombre!