Generación del 27

PEDRO SALINAS

Nace en Madrid en 1891.

Estudió Filosofía y letras en la Universidad Central, y en 1911, aparecieron sus primeros poemas.
Murió en Boston en 1951, y está enterrado en el cementerio de Santa Magdalena – San Juan de Puerto Rico.

7

Tú vives siempre en tus actos.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.

La vida es lo que tú tocas.
De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.

Y si una duda te hace
señas a diez mil kilómetros,
lo dejas todo, te arrojas
sobre proas, sobre alas,
estás allí; con los besos,
con los dientes la desgarras:
ya no es duda.

Tu nunca puedes dudar.
Porque has vuelto los misterios
del revés. Y tus enigmas,
lo que nunca entenderías,
son esas cosas tan claras:
la arena donde te tiendes,
la marcha de tu reló
y el tierno cuerpo rosado
que te encuentras en tu espejo
cada día al despertar,
y es el tuyo. Los prodigios
que están descifrados ya.

Y nunca te equivocaste,
más que una vez, una noche
que te encaprichó una sombra
– la única que te ha gustado-.
Una sombra parecía.
Y la quisiste abrazar.
Y era yo.

14

¿Serás, amor,
un largo adiós que no se acaba?.
Vivir, desde el principio, es separarse.

En el primer encuentro
con la luz, con los labios,
el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y sólo un día.

Amor es el retraso milagroso
de su término mismo:
es prolongar el hecho mágico
de que uno y uno sean dos, en contra
de la primer condena de la vida.

Con los besos,
con la pena y el pecho se conquistan,
en afanosas lides, entre gozos
parecidos a juegos,
días, tierras, espacios fabulosos,
a la gran disyunción que está esperando,
hermana de la muerte o muerte misma.

Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía.

Ni en el llegar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en donde se le siente,
desnudo, altísimo, temblando.

Y la separación no es el momento
cuando brazos, o voces,
se despiden con señales materiales.
Es de antes, de después.

Si se estrechan las manos, si se abraza,
nunca es para apartarse,
es porque el alma ciegamente siente
que la forma posible de estar juntos
es una despedida larga, clara.
Y que lo más seguro es el adiós.

 

EMILIO PRADOS

emilprad

Este poeta nació en Málaga en 1899. Sentía como yo una gran atracción por el mar, pero él, lo tenía cerca.
Fue un gran intelectual que estudió Ciencias Naturales.
Enfermó de pecho, aquella enfermedad tan común en esos años.
Viajó mucho por España, pero me parece que durante la Guerra Civil Española se exilió a México donde murió en 1962.

EL CORAZÓN MÁGICO

Abrí la caja de los peces
y se cuajó el cielo
de luceros verdes…
¡Dadme ni doble aparejo,
con su compás de caña
y con su doble anzuelo!…
(Abrí la caja de los peces,
y se cuajó el cielo
de luceros verdes.)
¡Dejadme dormir!…
¡Silencio!…
¡Dejadme dormir abierto!

 

TRES CANCIONES

Puente de mi soledad:
con las aguas de mi muerte
tus ojos se calmarán.

Tengo mi cuerpo tan lleno
de lo que falta a mi vida,
que hasta la muerte, vencida,
busca por él su consuelo.

Por eso, para morir,
tendré que echarme hacia dentro
las anclas de mi vivir,
Y llevo un mundo a mi lado
igual que un traje vacío
y otro mundo en mí guardado
que es por el mundo que vivo.

Por eso, para vivir,
tendré que echarme hacia dentro
las anclas de mi morir,
Puente de mi soledad:
por los ojos de mi muerte
tus aguas van hacia el mar,
al mar del que no se vuelve.

 

ALBA RÁPIDA

¡Pronto, deprisa, mi reino
que se me escapa, que huye,
que se me va por las fuentes!
¡Qué luces, qué cuchilladas
sobre sus torres enciende!
Los brazos de mi corona,
¡qué ramas al cielo tienden!
¡Qué silencios tumba el alma!
¡Qué puertas cruza la Muerta!
¡Pronto, que el reino se escapa!
¡Que se derrumban mis sienes!
¡Qué remolino en mis ojos!
¡Qué galopar en mi frente!
¡Qué caballos de blancura
mi sangre en el cielo vierte!
Ya van por el viento, suben,
saltan por la luz, se pierden
sobre las aguas…

Ya vuelven
redondos, limpios, desnudos…
¡Qué primavera de nieve!
Sujetadme el cuerpo, ¡pronto!
¡que se me va!, ¡que se pierde
su reino entre mis caballos!
¡que lo arrastran!, ¡que lo hieren!
¡que lo hacen pedazos, vivo,
bajo sus cascos celestes!
¡Pronto, que el reino se acaba!
¡Ya se le tronchan las fuentes!
¡Ay, limpias yeguas del aire!
¡Ay, banderas de mi frente!
¡Qué galopar en mis ojos!
Ligero, el mundo amanece…

 

TAN BLANCA, SIN FIGURA

Tan blanca, sin figura,
ya tu mano levanta
la esquina de mi sueño…

¿Por dónde va tu carne?
¡Qué huida!:
Monte, luz, aire…

Mas tu mano en mi sueño:
¡qué rama baja el cielo!…
Este brazo tan largo
me va a unir con tu alma.

¡Qué alamedas de sangre
para entrar en tu cuerpo!
Tus dedos -¡qué raíces!-,
me clavan, me desclavan
-¡qué alegría!-; me llevan,
me desencarnan vivo,
me meten por tus venas,
me arrastran, suben, suben
por dentro de ti -fuera-:
sangre, monte, luz, aire…

¡Qué alegría! ¡Qué huida
arriba, arriba, arriba…
-¿Adónde?-
Adónde vuelas,
arriba adónde escapas;
por dónde va tu carne
sin vista ya y sin tacto;
sin calor, viva, pura,
eternidad latiendo
cielo ya toda y árbol.

 

ASÍ LA MUERTE

Pronto, pronto, muy pronto ya,
la interior estrella de mi inverso viaje
vencerá felizmente el imán que hoy la aprieta:
¡Qué amanecer más dulce sobre el olor del pino!
¡Qué navegar sin sienes en la piel del relámpago!

Náufrago o vagabundo
bajaré en mi destino,
a ese profundo mar parado
donde flotando quieto
entre calientes tierras me consuma y me entregue.

Ahogado del gemido,
volándome hacia adentro:
¡por qué infinita cueva volveré a ser escombro!
Sí, el escombro, las fuentes,
las misteriosas fuerzas que dos espinas juntan,
el gas que sin angustia ni dolor se dilata,
la diminuta oruga que prueba los calores,
el lienzo destejido,
la arcilla, el hierro, el cáñamo fecundo.

Y el papel,
el olvido de más dolientes hombres,
la aguja en que llovían,
el pesaroso estambre que hirieron en sus luchas,
su muerta luz,
sus ríos,
la forma o la memoria que volaron sus aves…

Visitador constante de la eterna dolencia
allí junto a la piedra que sin ser ala ríe
como el agua y la llama siendo por ser sin límites:
-¡Oh feliz persistencia de mi cuerpo en el mundo!-:
entrar, volver de nuevo, estar continuo en su presente.
Aunque… ¿adónde? ¿hacia dónde? ¿hacia dentro? ¿hacia
fuera? ¿hacia siempre? ¿hacia nunca?…
Vivir: perenne instancia de mi amor o la luna
para dorar tan sólo un halo en cada viento.

 

FEDERICO GARCIA LORCA

 

lorca

Este poeta que ganó su popularidad a través de las gentes, no fue un buen estudiante.

Nació en un pueblo de Granada llamado Fuente Vaqueros, en 1898.

Parece ser que estudió mucho, pero no consiguió acabar su carrera de Filosofía y Letras.

Sin embargo si se licenció en Derecho en 1923.

Al mismo tiempo que escribía poesía, componía música, también obras de teatro. No puedo ser muy objetiva en este sentido, ya que sus obras de teatro, me han llegado al corazón de una manera inexplicable. Pienso que fue un hombre noble, alegre y quizá solitario, que llenó el mundo entero de unos sentimientos que todavía perduran.

“Digamos que murió… al estallar la guerra civil española.”

 

MUERTO DE AMOR

Qué es aquello que reluce
por los altos corredores?.
Cierra la puerta hijo mío,
acaban de dar las once.

En mis ojos, sin querer,
relumbran cuatro faroles.
Será que la gente aquella
estará fregando el cobre.

Ajo de agónica plata
la luna menguante pone
cabelleras amarillas
a las amarillas torres.

La noche llena temblando
al cristal de los balcones,
perseguida por los mil
perros que no la conocen,
y un olor de vino y ámbar
viene de los corredores.

Brisas de caña mojada
y rumor de viejas voces,
resonaban por el arco
roto de la media noche.

Bueyes y rosas dormían.
Solo por los corredores
las cuatro luces clamaban
con el furor de San Jorge.

Tristes mujeres del valle
bajaban su sangre de hombre,
tranquila de flor cortada
y amarga de muslo joven.

Viejas mujeres del río
lloraban al pie del monte,
un minuto intransitable
de cabelleras y nombres.

Fachadas de cal ponían
cuadrada y blanca la noche.
Serafines y gitanos
tocaban acordeones.

Madre, cuando yo me muera,
que se enteren los señores.
Pon telegramas azules
que vayan del sur al norte.

Siete gritos, siete sangres,
siete adormideras dobles,
quebraron opacas lunas
en los oscuros salones.

Lleno de manos cortadas
y coronitas de flores,
el mar de los juramentos
resonaba, no sé donde.

Y el cielo daba portazos
al brusco rumor del bosque,
mientras clamaban las luces
en los altos corredores.

 

LLANTO POR IGNACIO SÁNCHEZ MEJÍAS

LA COGIDA Y LA MUERTE

A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
A las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
A las cinco de la tarde.

Lo demás era muerte y solo muerte
A las cinco de la tarde.
El viento se llevó los algodones
A las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
A las cinco de la tarde.

Ya luchan la paloma y el leopardo
A las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
A las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones del bordón
A las cinco de la tarde.

Las campanas de arsénico y el humo
A las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
A las cinco de la tarde.
¡y el solo corazón arriba!
A las cinco de la tarde.

Cuando el sudor de nieve fue llegando
A las cinco de la tarde,
Cuando la plaza se cubrió de yodo
A las cinco de la tarde,
La muerte puso huevos en la herida
A las cinco de la tarde.

A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.

Un ataúd con ruedas es la cama
A las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
A las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
A las cinco de la tarde.

El cuarto se irisaba de agonía
A las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
A las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
A las cinco de la tarde.

Las heridas quemaban como soles
A las cinco de la tarde,
Y el gentío rompía las ventanas
A las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.

¡ay qué terribles cinco de la tarde!
¡eran las cinco en todos los relojes!
¡eran las cinco en sombra de la tarde!

 

LA SANGRE DERRAMADA

¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.

¡Que no quiero verla!
La luna de par en par.
caballo de nubes quietas,
y la plaza de gris sueño
con sauces en las barreras.

¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
¡Que no quiero verla!

La vaca del viejo mundo
Pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.

No.
¡Que no quiero verla!

Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.

Buscaba su hermoso cuerpo
Y encontró su sangre abierta.
¡No me digas que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.

¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!
No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.

Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes
mayorales de pálida niebla.

No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada,
ni corazón tan de veras.

Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
se dibujaba prudencia.

Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.

¡Que gran torero en la plaza!
¡Qué buen serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!

Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.

Y su sangre ya viene cantando
Cantando por marisma y praderas,
Resbalando por cuernos ateridos,
Vacilando su alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.

¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio ¡
¡Oh ruiseñor de sus venas!

No
¡Que no quiero verla!

Que no hay cáliz que contenga,
que no hay golondrinas que se le beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
hoy hay cristal que la cubra de plata.

No.
¡¡no quiero verla!!

 

RÉQUIEM POR FEDERICO (Rafael de León)

I

Lo mataron en Granada,
una tarde de verano
y todo el cielo gitano
recibió la puñalada …
Sangre en verso derramada,
poesía dulce y roja
que toda la vega moja
en amargo desconsuelo
“sin paño de terciopelo
ni cáliz que la recoja”.

(Por cielos de ceniza
se va el poeta;
la frente se le riza
como veleta.
Toda Granada
es una plazoleta
deshabitada)

II

“Por el olivar venían;
bronce y sueño los gitanos”.
En la palma de sus manos
como a un niño lo traían…
Las mujeres se rompían
los volantes de la enagua,
y el Darro bailaba el agua
en un triste soniquete
que sonaba a martinete
y cante grande de fragua…

(¡Encended los faroles;
romped el velo;
cantad por caracoles,
que viene el duelo!
Como una ¡espada,
llevadlo, así, entre “oles”
por su Granada!).

III

No te vayas, buen amigo,
quédate aquí con nosotros;
están saltando los potros
junto a lo verde del trigo …
Están soñando contigo
temblando de calentura,
gitanas de piel oscura
y brillante cabellera
y hay una boca que espera
morderte labio y cintura …

(Desnúdate de prisa,
que vengo herido
quédate con la risa
como vestido …
Quiero beberte
y que luego dormido
venga la muerte …

IV

“Rosa de los Camborios
gime sentada a la puerta”
medio viva y medio muerta
entre paños mortuorios.
Ala luz de los velorios,
con pena de jazmín chico,
cual dos palomas sin pico
muestra sus pechos helados,
heridos y acuchillados
lo mimo que Federico.

(¡Que doble, bronce y plata,
la Vela, Vela,
que se ha muerto la nata
de la canela!:
Mi bien amado
de limón y ciruela
va amortajado …)

V

Ignacio Sánchez Mejías
“con toda su muerte al hombro”
sale pálido de asombro
a las barandas sombrías …
Todas las ganaderías
mugen a la misma hora
y en filo de la aurora,
junto a los bravos erales,
sobre el mar de los trigales,
la brisa también lo llora …

(Ignacio, dame el vaso
con el ungüento;
no puedo dar un paso,
¡ya no me siento!
Quiero abrazarte,
pero me ciega un viento
de parte a parte…)

VI

Dentro de su traje oscuro
te nombra Bernarda Alba…
La tarde pinta de malva
la rosa blanca del muro.
En la calle pisa duro
un caballo sin jinete
dan en la torre las siete
y Angustias, con voz sombría,
solloza un Ave María
derrumbada en el poyete.

Por la tapia del huerto
Te llame en vano…
-¡Dime que no está muerto
Pepe el Romano!-
(Ciego de zambra,
con un Ángel gitano
va por la Alambra …)

VII

– ¿De quién es ese lamento
que sobre la noche rueda?.
– De Mariana Pineda
que está bordando en el viento.
Con hilos de sentimiento,
a la vez que borda canta
y con mano fina planta
entre sangrientos jardines
una rosa de carmines
que enjoyará su garganta …

(¿Qué bordas, Marianita,
sobre esta tela?
La flor para una cita
que me desvela..
¡En seda cuaja
lo que Granada grita
que es su mortaja!).

VIII

“¡Hijo, con un cuchillito
que apenas cabe en la mano”,
de tu romance gitano
cortaron la flor del grito!
¡Ay, que dolor infinito
de pedernal y de rosa;
voy y vengo como loca
sin que controlarme pueda,
porque ni un hijo me queda
para llevarme a la boca!.

(Aquel traje de pana
que se ponía…
Aquella faja grana
que se ceñía …
¡Tanto cuidarlo
y una flor de canana
para matarlo!)

IX

Desde su balcón volado,
pálida, triste y mocita,
te llama doña Rosita,
con el aliento apagado …
Un heliotropo morado
te acuchilla las ojeras
y corta con sus tijeras
adormecidas de herrumbre
su corazón hecho lumbre
por cincuenta primaveras …

(¿Quién cambió los papeles
en el piano?
¿quién sacó los claveles
de mi verano … ?
¡Ay que tormento!
¿dónde estás primo hermano
que no te siento?.)

X

Sobre el hoyo de la cama
donde su flor se le mustia,
igual que un río de angustia
una mujer se derrama…
Llama en vano, llama y llama
al hijo que se le esconde …
-¿En qué jardines en dónde
hallar mi nardo de esperma…?.
Grito preñado de Yerma
al que el hijo no responde.

(A la nana, mi niño,
que es madrugada,
¡a la nana, cariño,
flor de Granada;
¡Si yo pudiera
quedarme embarazada
yo te pariera!).

XI

“Antonio Torres Heredia,
Camborio de dura crin”,
llora al filo de la media
noche por el Albaicín…
Suena la voz de un muecín
como una fuente delgada,
y desde Sierra Nevada,
una paloma doliente,
baja a besarle la frente
al Poeta de Granada …

(¿A dónde vas, amigo,
con tu secreto?
Te llevarás contigo
voz y soneto …
¡Como gemía
dentro de tu esqueleto
la Poesía!).

 

ANÓNIMOS DEDICADOS A LORCA

Ya llegan las horas de la madrugada,
la guitarra suena, triste pero sola
pero, ¿quién la toca?
la tocan los duendes con bata de cola,
pero, lejos suena la guitarra sola.

Al amanecer, la campana dobla
la aurora está triste y la guitarra sola,
pero, ¿quién la toca?
¡nadie! es la pena mora
pero, lejos suena la guitarra sola.

Schissss ¡silencio! que llora la guitarra sola,
se rompe la noche ya llegó la autora,
los duendes se esconden con la pena mora,
doblan las campanas, fue su última hora
allí estaba el cuerpo de García Lorca.

Sonó la guitarra, triste pero sola
pero ¿quién la toca?
la tocan las musas de Granada mora.

Látigo de cuatro cuerdas
con cuatro puntas herradas,
el camino se chasquea
con un galope la espalda
¿Adónde vas caminante?
¿Quién eres tú que me
llamas?

Yo soy la voz de un romance
que se quedó a media página
Su título, ¡Federico!
su primer verso, ¡guitarra!
su segundo, lirio y luna
su tercer verso, ¡gitana!
Membrillos en pleno otoño,
limón verde, negra jaca
y todo un mundo de amores
bajo un cielo de navajas.
El aire, quedó un momento
afilando sus espadas
contra la crin del caballo.

En los chopos,
se enredaba todo el cielo,
como una madreselva
en flor de plata
Lejos del río, la noche
su sinfonía ensayaba,
en el clarín de los grillos
y en el trombón de las ranas.

Soy ¡solea!, petenera
soy martinete y serrana
y soy saeta sin rumbo
en un dolor sin distancia
Yo soy ¡en fin! Esa copla
que él se dejó a media página
¡Dime! Si lo has visto tu,
¡Dime! en que esquina, en que
rama

Sí por caminos de lirios
o por senderos de espadas
¡dime si lo has visto tu,
¡Dime! Que ya se me saltan
en ocho letras de muerte
ocho volcanes de ¡rabia!
Lo he visto con una novia
pasadas aquellas zarzas,
sucia de besos y arena
del río se la llevaba.

Lo he visto con otra novia
¡Ay! Aquella novia de agua
que iba con su larga cola
sola por sus verdes aguas
Lo he visto sobre un caballo,
de verde luna la cara,
y estrenar galán de torre
cinturas nunca estrenadas
Luego… ¿no ha muerto?
no ha muerto ¡no!
que está ¡vivo! En Granada
Lo encontrarás en el monte,
en ruedas de las gitanas.

Lo encontrarás en la cueva
forjando a golpes de gracia,
sobre el yunque de la brisa
el metal de su palabra
– lo encontrarás en el río
– lo encontrarás en el agua
– lo beberás en la fuente
– lo tocarás en la rama
por todas partes está
¡Federico! Con su alma
verde de verde limón
luna lunera y sonámbula

¡Ay voz de mi Federico!
novio de todas mis lágrimas
¡Que importa! que tenga novia
en la voz y en la navaja
y en el río y en la fuente
y en el cobre y en la espada.

Si aún me ¡vive!, si aún lo puedo
encontrar en su Granada
Danzando loco de duendes
entre un corro de gitanas
con una faja de peinas
cosida bajo su faja
¡Ay voz de mi Federico!
novio de todas mis lágrimas .

Federico, hecho poema
salió al paso en una jaca
y copla y voz se subieron
en un salto a su garganta
Látigo de cuatro cuerdas
con la punta asonantada
el camino se chasquea
con un romance la espalda
Y Federico, ¡delante!
verde limón, fustigaba
con una fusta de versos
la cintura de Granada.

 

JORGE GUILLÉN

Nacido en Valladolid en 1893, estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, obteniendo su licenciatura en Granada.
Su andadura por el mundo fue de lo más extensa, dejándolo sembrado de hermosos poemas y, cómo no muchas dolorosas persecuciones.
Falleció en Málaga en 1984.

 

MUERTE A LO LEJOS

Alguna vez me angustia una certeza,
y ante mí se estremece mi futuro.
Acechándolo está de pronto el muro
del arrabal final en que tropieza.

La luz de campo. ¿Mas habrá tristeza
si la desnuda el sol?. No, no hay apuro
todavía. Lo urgente es el maduro fruto.
La mano ya lo descorteza.

… Y un día entre los días el más triste
será. Tenderse deberá la mano
sin afán. Y acatando el inminente
poder diré sin lágrimas: embiste,
justa fatalidad. El muro cano
va a imponerme su ley, no su accidente.

 

ESPERANZA

Los días no me otorgan más que transito
de espera.
Una sola y muy larga expectación
me conduce hacia un término posible,
acaso ya probable:
la fuente resurgida ante mi sed.

Esta sed de errabun…
hombre solo entre gentes. Y perdido.
Tan perdido por dentro de sus años,
sus glorias.

Y tú callas, te guardas. ¡No! Te pierdes.
Que tu silencio venga hasta mis brazos,
se ahonde y se transforme
de pronto en un murmullo,
en un acercamiento de la entraña,
y que todo tu ser esperanzado
se articule hacia luz,
prorrumpa,
y sea voz, tu voz,
o nada más – y entonces desplomándose –
tu cabeza, mi pecho, nuestro abrazo.

 

LUIS CERNUDAluis cernuda

Este tímido poeta, nació en Sevilla en 1902.

Hijo de un militar, fue criado en un ambiente rígido y metódico, que lo hizo solitario y observador.

Gran aficionado a la literatura, no comenzó su vocación poética hasta 1923, fecha en la que realizaba su servicio militar en Caballería.
Viajó por varios lugares de España y en 1929 toma contacto con el surrealismo, demostrando un nuevo espíritu rebelde.

Se marchó de España en 1938 y nunca volvió. Después de viajar por varias partes del mundo, murió en México, ciudad donde solía pasar sus veranos, en 1963.

CEMENTERIO EN LA CIUDAD(de su libro Las nubes)

Tras de la reja abierta entre los muros,
la tierra negra sin árboles ni hierba,
con bancos de madera donde allá a la tarde
se sientan silenciosos unos viejos.

En torno están las casas, cerca hay tiendas,
calles por las que juegan niños, y los trenes
pasan al lado de las tumbas. Es un barrio pobre.

Como remiendos de las fachadas grises,
cuelgan en las ventanas trapos húmedos de lluvia.
Borradas están ya la inscripciones
de las losas con muertos de dos siglos.

Sin amigos que les olviden, muertos
clandestinos. Mas cuando el sol despierta,
porque el sol brilla algunos días hacia junio,
en lo hondo algo deben sentir los huesos viejos.

Ni una hoja ni un pájaro. La piedra nada más. La tierra.
¿Es el infierno así? Hay dolor sin olvido,
con ruido y miseria, frío largo y sin esperanza.

Aquí no existe el sueño silencioso
de la muerte, que todavía la vida
se agita entre las tumbas, como una prostituta
prosigue su negocio bajo la noche inmóvil.

Cuando la sombra cae desde el cielo nublado
y el humo de las fábricas se aquieta
el polvo gris, vienen de la taberna las voces,
y luego un tren que pasa
agita largos ecos como bronce iracundo.

Ho es el juicio aún, muertos anónimos.
Sosegados, dormid; dormid si es que podéis.
Acaso Dios también se olvida de vosotros.

Gran Bretaña(1938-1947)

El primer espacio dedicado al exilio corresponde a los años que Cernuda pasó en Gran Bretaña. Fueron años difíciles, sobre todo los que vivió como assistant en la Universidad de Glasgow, entre 1939 y 1943, pero también fructíferos. Además de explorar a fondo diversos aspectos de la tradición lírica inglesa, en Glasgow terminó Las Nubes (libro iniciado en España durante la guerra civil), escribió los poemas en prosa de Ocnos, que publicó en 1942, y emprendió la colección de versos Como quien espera el alba, terminada en Cambrigde, donde trabajó como lector de 1943 a 1945. Los dos últimos años de su periplo inglés los pasó en Londres, trabajando en el Instituto Español republicano. La exposición ofrece una selección de lecturas que Cernuda realizó durante estos años y de las publicaciones, inevitablemente escasas, que entonces consiguiera (desde la II Guerra Mundial, sobre todo en América Latina). Ilustra estos mismos años una serie de óleos y dibujos de Gregorio Prieto, quien junto con otros españoles como Rafael Martínez Nadal, Salvador de Madariaga, Nieves de Madariaga, Joan L. Gili y Esteban Salazar y Chapela, compartió con Cernuda la difícil vida del destierro en Inglaterra.

Texto obtenido a través de la presentación realizada con motivo de su centenario en la Residencia de Estudiantes de Madrid.

(Entre la Realidad y el Deseo – Luis Cernuda – 1902-1963

CUERPO EN PENA

Lentamente el ahogado recorre sus dominios
donde el silencio quita su apariencia a la vida.
Transparentes llanuras inmóviles le ofrecen
árboles sin colores y pájaros callados.

Las sombras indecisas alargándose tiemblan,
mas el viento no mueve sus alas irisadas;
si el ahogado sacude sus lívidos recuerdos.

Halla un golpe de luz, la memoria del aire.
Un vidrio denso tiembla delante de las cosas,
un vidrio que despierta formas color de olvido;
olvidos de tristeza, de un amor, de la vida.

Ahogados como un cuerpo sin luz, sin aire, muerto.
Delicados, con prisa, se insinúan apenas
vagos revuelos grises, encendiendo en el agua
reflejos de metal o aceros relucientes,
y su rumbo acuchilla las simétricas olas.

Flores de luz tranquila despiertan a lo lejos,
flores de luz quizá, o miradas tan bellas
como pudo el ahogado soñarlas una noche,
sin amor ni dolor, en su tumba infinita.

A su fulgor el agua seducida se aquieta,
azulada sonrisa asomando en sus ondas.
Sonrisas, oh miradas alegres de los labios;
Miradas, oh sonrisas de la luz triunfante.

Desdobla sus espejos la prisión delicada;
claridad sinuosa, errantes perspectivas.
Perspectivas que rompe con su dolor ya muerto
ese pálido rostro que solemne aparece.

Su insomnio maquinal el ahogado pasea.
El silencio impasible sonríe en sus oídos.
Inestable vacío sin alba ni crepúsculo,
monótona tristeza, emoción en ruinas.

En plena mar al fin, sin rumbo, a toda vela;
Hacia lo lejos, más, hacia la flor sin nombre.
Atravesar ligero como pájaro herido
ese cristal confuso, esas luces extrañas.

Pálido entre las ondas cada vez mas opacas
el ahogado ligero se pierde ciegamente,
en el fondo nocturno como un astro apagado.
Hacia lo lejos, sí, hacia el aire sin nombre.

TE QUIERO

Te lo he dicho con el viento,
jugueteando como un animalillo en la arena
o iracundo como órgano tempestuoso;

Te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;

Te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas;

Te lo he dicho con las plantas,
leves criaturas transparentes
que se cubren de rubor repentino;

Te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;
te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.

Pero así no basta:
Más allá de la vida,
quiero decírtelo con la muerte;
Mas allá del amor,
quiero decírtelo con el olvido.

QUÉ RUIDO TAN TRISTE

Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman.
Parece como el viento que se mece en otoño
sobre adolescentes mutilados,
mientras las manos llueven,
manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,
cataratas de manos que fueron día
flores en el jardín de un diminuto bolsillo.

Las flores son arena y los niños son hojas,
y su leve ruido es amable al oído
cuando ríen, cuando aman, cuando besan,
cuando besan el fondo
de un hombre joven y cansado
porque antaño soñó mucho día y noche.

Mas los niños no saben,
ni tampoco las manos llueven como dicen;
así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños,
invoca los bolsillos que abandonan arena,
arena de las flores,
para que un día decoren su semblante de muerto.

NOCHE DE LUNA

Vida tras vida, fueron
olvidando los hombres aquella diosa
virgen que misteriosamente,
desde el cielo,
con amar apacible
asiste a las vigilias
en el silencio dulce de las noches.

Ella ha sido quien viera
a los abuelos remotos,
cuando abordan en sus pintados barcos,
y ágiles y desnudos se apoderan
con un trémulo imperio de esta tierra,
así como el amante arrebata
y penetra el cuerpo amado.

Sus trabajos vio luego,
sus cohabitaciones,
y otros seres menudos, inhábiles,
gritando entre sus brazos de los dominadores,
y sus mujeres lánguidas
sonreír débilmente a la raza naciente.

Miró sus largas guerras con pueblos enemigos
y el azote sagrado de luchas fratricidas;
contempló esclavitudes y triunfos,
prostituciones, crímenes, prosperidad,
traiciones, el sordo griterío,
todo el horror humano que salva la hermosura,
y con ella la calma, la paz donde brota la historia.

También miró el arado con el siervo pasando
sobre el antiguo campo de batalla,
fertilizado por tanto cuerpo joven;
y en ese mismo suelo ha visto correr luego
al orgulloso dueño sobre caballos recios,
mientras la hierba, ortiga y cargo
brotan por las bastas propiedades.

Cuánta sangre ha corrido
ante ese destino intacto de la diosa.
Cuánto semen viril vio surgir
entre espasmos de cuerpos
hoy deshechos en el viento y el polvo,
cuyos átomos yerran en leves nubes grises,
velando al embeleso de vasta descendencia
su tranquilo semblante compasivo.

Cuántas claras ruinas,
con jaramago apenas adornadas,
como fuertes castillos un día las ha visto;
piedras más elocuentes que los siglos,
antes holladas por el pasto leve
de esbeltas cazadoras,
un neblí sobre el puño
oblicua la mirada soñolienta
entre un aburrimiento y un amor clandestino.

Sombras, sombras efímeras, en tanto ella,
adolescente como en los prados de la edad de oro,
vierte, azulada urna,
su embeleso letal sobre nuevos cuerpos
oscuros que la primavera enfebrece
con agudos perfumes vegetales.

Allá tras las torres,
su reflejo delata la presencia del mar,
inermes en su lecho y confiados.
Los enemigos yacen confundidos.
Algo inmenso reposa, aunque la muerte aceche.

Y el mágico reflejo entre los árboles
permite al soñador abandonarse al canto,
al placer y al reposo,
a lo que siendo efímero se sueña como eterno.

Mas una noche,
al contemplar la antigua morada de los hombres,
sólo ha de ver allá ese reflejo de su dulce fulgor,
mudo y vacío entonces,
estéril tal su hermosura virginal;
sin que ningunos ojos humanos
hasta ella se alcen a través de las lágrimas,
definitivamente frente a frente
el silencio de un mundo que he sido
y la pura belleza tranquila de la nada.

HE VENIDO PARA VER

He venido para ver semblantes
Amables como viejas escobas,
He venido para ver las sombras
Que desde lejos me sonríen.

He venido para ver los muros
En el suelo o en pie indistintamente,
He venido para ver las cosas,
Las cosas soñolientas por aquí.

He venido para ver los mares
Dormidos en cestillo italiano,
He venido para ver las puertas,
El trabajo, los tejados, las virtudes
De color amarillo ya caduco.

He venido para ver la muerte
Y su graciosa red de cazar mariposas,
He venido para esperarte
Con los brazos un tanto en el aire,
He venido no sé por qué;
Un día abrí los ojos: he venido.

Por ello quiero saludar sin insistencia
A tantas cosas más que amables:
Los amigos de color celeste,
Los días de color variable,
La libertad del color de mis ojos;
Los niñitos de seda tan clara,
Los entierros aburridos como piedras,
La seguridad, ese insecto
Que anida en los volantes de la luz.

Adiós, dulces amantes invisibles,
Siento no haber dormido en vuestros brazos.
Vine por esos besos solamente;
Guardad los labios por si vuelvo.

ES LASTIMA QUE FUERA MI TIERRA

Cuando allá dicen unos
Que mis versos nacieron
De la separación y la nostalgia
Por la que fue mi tierra,
¿Sólo la más remota oyen entre mis voces?
Hablan en el poeta voces varias:
Escuchemos su coro concertado,
Adonde la creída dominante
Es tan sólo una voz entre las otras.

Lo que el espíritu del hombre
Ganó para el espíritu del hombre
A través de los siglos,
Es patrimonio nuestro y es herencia
De los hombres futuros.
Al tolerar que nos lo nieguen
y secuestren, el hombre entonces baja,
¿Y cuánto?, en esa dura escala
Que desde el animal llega hasta el hombre.

Así ocurre en tu tierra, la tierra de los muertos,
Adonde ahora todo nace muerto,
Vive muerto y muere muerto;
Pertinaz pesadilla: procesión ponderosa
Con restaurados restos y reliquias,
A la que dan escolta hábitos y uniformes,
En medio del silencio: todos mudos,
Desolados del desorden endémico
Que el temor, sin domarlo, así doblega.

La vida siempre obtiene
Revancha contra quienes la negaron:
La historia de mi tierra fue actuada
Por enemigos enconados de la vida.
El daño no es de ayer, ni tampoco de ahora,
Sino de siempre. Por eso es hoy.
La existencia española, llegada al paroxismo,
Estúpida y cruel como su fiesta de los toros.

Un pueblo sin razón, adoctrinado desde antiguo
En creer que la razón de soberbia adolece
y ante el cual se grita impune:
Muera la inteligencia, predestinado estaba
A acabar adorando las cadenas
y que ese culto obsceno le trajese.
Adonde hoy le vemos: en cadenas,
Sin alegría, libertad ni pensamiento.

Si yo soy español, lo soy.
A la manera de aquellos que no pueden
Ser otra cosa: y entre todas las cargas
Que, al nacer yo, el destino pusiera
Sobre mí, ha sido ésa la más dura.
No he cambiado de tierra,
Porque no es posible a quien su lengua une,
Hasta la muerte, al menester de poesía.

La poesía habla en nosotros
La misma lengua con que hablaron antes,
y mucho antes de nacer nosotros,
Las gentes en que hallara raíz nuestra existencia;
No es el poeta sólo quien ahí habla,
Sino las bocas mudas de los suyos
A quienes él da voz y les libera.

¿Puede cambiarse eso? Poeta alguno
Su tradición escoge, ni su tierra,
Ni tampoco su lengua; él las sirve,
Fielmente si es posible.
Mas la fidelidad más alta
Es para su conciencia; y yo a ésa sirvo
Pues, sirviéndola, así a la poesía

Al mismo tiempo sirvo.
Soy español sin ganas
Que vive como puede bien lejos de su tierra
Sin pesar ni nostalgia. He aprendido
El oficio de hombre duramente,
Por eso en él puse mi fe. Tanto que prefiero
No volver a una tierra cuya fe,
si una tiene, dejó de ser la mía,
Cuyas maneras rara vez me fueron propias,
Cuyo recuerdo tan hostil se me ha vuelto
y de la cual ausencia y tiempo me extrañaron.

No hablo para quienes una burla del destino
Compatriotas míos hiciera, sino que hablo a solas
(Quien habla a solas espera hablar a Dios un día)
O para aquellos pocos que me escuchen
Con bien dispuesto entendimiento.
Aquellos que como yo respeten
El albedrío libre humano
Disponiendo la vida que hoy es nuestra,
Diciendo el pensamiento al que alimenta nuestra vida.

¿Qué herencia sino ésa recibimos?
¿Qué herencia sino ésa dejaremos?

 

MANUEL ALTOLAGUIRRE
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Este poeta era el más joven de aquella generación del 27.

Nació en Málaga en 1905. Estudió Derecho, pero como a tantas otras personas tuvo que trabajar al principio en cosas que no le gustaban.

Tenía fama de ser un hombre simpático y bondadoso. Al igual que algún otro poeta de esta generación, se casó con una mujer que también era poeta, pero a los pocos años se separó de ella.

Vivió en varios países de Latinoamérica y también se dedico al cine, siendo guionista de una película de Luis Buñuel.

El destino quiso que en uno de sus viajes a España a presentar una producción en 1959, muriera en Burgos, en un accidente de circulación.

ERA MI DOLOR TAN ALTO

Era mi dolor tan alto,
que la puerta de mi casa
de donde salí llorando
me llegaba a la cintura.

¡Qué pequeños resultaban
los hombres que iban conmigo!
Crecí como una alta llama
de tela blanca y cabellos.

Si derribaran mi frente
los toros bravos saldrían,
luto en desorden, dementes,
contra los cuerpos humanos.

Era mi dolor tan tal,
que miraba al otro mundo
por encima de mi ocaso.

 

SIN LIBERTAD

Ya que no puedo ser libre
agrandaré mis prisiones.
Cambiaré los tristes muros
por alegres horizontes.

No pisaré ningún suelo
sino abismos de la noche.
Techos que a mi me cobijen
cielos serán los mejores.

Ya que no puedo ser libre
agrandaré mis prisiones.

 

VIVIR SOÑANDO

Parece que mi destino
es el de vivir soñando.
A vida que todo es sueño
la muerte no le hará daño.

 

ABANDONO

¡Qué dulce dolor de ancla
en el corazón sentías!
Tu corazón reteniendo,
duro coral, mi partida.

Ahogada en amor, tu amor
como un mar me sostenía.
Altos vientos me empujaron
solitario a la deriva.

Si mi nave se fue lejos
más profunda quedó hundida
tu dura rama de sangre,
rota el ancla de mi vida.

Solo, entre las grises nubes
que mis sienes acarician,
sin ti voy por entre nieblas
recordando tu agonía.

 

RECUERDO DE UN OLVIDO

Se agrandaban las puertas. Yo gigante,
con el recuerdo de mi olvido dentro,
atravesaba las estancias,
golpeando las paredes sordas.

¡Qué collar interior en mi garganta
de palabras en germen, de lamentos
que no podían salir, que se estorbaban
en su gran muchedumbre!

¡Cuánto tiempo de olvido incomprensible!
Siempre ella en su ventana.
Su ventana entre dos nubes
-una y ella- siempre.

Y yo distante, agigantado, loco,
con el recuerdo de mi olvido dentro,
pesándome en el alma su naufragio,
agarrándose, hundiéndome,
en un espeso mar de cielos grises.

 

DÁMASO ALONSO

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Nace en Madrid en el año 1898. Este autor que recibió una educación muy esmerada, descubrió su amor hacia la poesía gracias a Rubén Darío.

No pudo acabar sus estudios de Derecho y Filosofía y Letras hasta 1921.

En estos años entabla una gran amistad con otros poetas españoles y da clases en varias universidades del mundo.

En 1968 fue nombrado Director de la Real Academia Española y diez años después se le concedió el Premio Cervantes de Literatura.

Murió en Madrid en el año 1990.

CIENCIA DE AMOR

No sé. Sólo me llega, en el venero
de tus ojos, la lóbrega noticia
de Dios: sólo en tus labios, la caricia
de un mundo en mies, de un celestial granero.

¿Eres limpio cristal, o ventisquero
destructor? No, no sé…
De esta delicia,
yo sólo sé su cósmica avaricia,
el sideral latir con que te quiero.

Yo no sé si eres muerte o eres vida,
si toco rosa en ti, si toco estrella,
si llamo a Dios o a ti cuanto te llamo.
Junto en el agua o sorda piedra herida,
sólo sé que la tarde es ancha y bella,
sólo sé que soy hombre y que te amo.

 

INCONTROLABLE, DIVINA

Qué hermosa eres, libertad. No hay nada
que te contraste. ¿Qué? Dadme tormento.
Más brilla y en más puro firmamento
libertad en tormento acrisolada.

¿Qué no grite? ¿Mordaza hay preparada?
Venid: amordazad mi pensamiento.
Grito no es vibración de ondas al viento:
grito es conciencia de hombre sublevada.

Qué hermosa eres, libertad. Dios mismo
te vio lucir, ante el primer abismo,
sobre su pecho, solitaria estrella.

Una chispita del volcán ardiente
tomó en su mano. Y te prendió en mi frente,
libre llama de Dios, libertad bella.

 

VICENTE ALEIXANDRE
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Nació curiosamente en el mismo año que lo hicieran García Lorca y Dámaso Alonso, 1898, maravilloso año para la poesía española.

Pasó parte de su infancia en Málaga, sin embargo cursó sus estudios de Comercio y Derecho en Madrid, donde su familia se trasladó en 1909.

Tuvo varios trabajos, pero una enfermedad lo apartó en 1925 de sus actividades profesionales. La gran admiración por grandes poetas desaparecidos y su amistad con otros de su época le empujaron a escribir sus primeros poemas en 1926.

En 1977 se le concedió el Premio Nóbel .

Fallece en Madrid en 1984.

DIOSA

Dormida sobre el tigre,
su leve trenza yace,
mirad su bulto. Alimenta
sobre la piel hermosa,
tranquila, soberana.

¿Quién puede osar, quién sólo
sus labios hoy pondría
sobre la luz dichosa
que, humana apenas, sueña?

Miradla allí. ¡Cuán sola!
¿Cuán intacta! ¿Tangible?
Casi divina, leve
el seno se alza, cesa
se yergue, abate; gime
como el amor, Y un tigre
soberbio la sostiene
como la mar hircana,
donde flotase extensa,
feliz, nunca ofrecida.

¡Ah, mortales! No, nunca;
desnuda nunca vuestra.
Sobre la piel hoy ígnea
miradla, exenta: es diosa.

UNIDAD EN ELLA

Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado dónde contemplo el mundo
dónde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región dónde nada se olvida.

Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.

Muero porque me arrojo, porqué quiero morir,
porqué quiero vivir en el fuego,
porqué este aire de fuera no es mío,
sino el caliente aliento que si me acerco
quema y dora mis labios desde un fondo.

Deja, deja que muera, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
dónde muero y renuncio a vivir para siempre.

Quiero amor o la muerte,
quiero morir del todo, quiero ser tú, tu sangre,
esa lava rugiente que regando encerrada
bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.

Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala, es todavía unas manos,
un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.

PENSAMIENTOS FINALES

Nació y no supo. Respondió y no ha hablado.
Las sorprendidas ánimas te miran
cuando no pasas. El viento nunca cumple.

Tu pensamiento a solas cae despacio.
Como las fenecidas hojas caen y vuelven
a caer, si el viento las dispersa.

Mientras la sobria tierra las espera,
abierta. Callado el corazón, mudos los ojos,
tu pensamiento lento se deshace
en el aire. Movido suavemente. Un son de ramas
finales, un desvaído sueño de oros vivos
se esparce… Las hojas van siendo.

 

DESTERRADO DE TU CUERPO

Ligera, graciosamente leve, aún me sonríes
¿Besas?
De ti despierto, amada, de tus brazos me alzo
y veo como un río que en soledad se canta.

Hermoso cuerpo extenso, ¿me he mirado sólo en tus ondas,
o ha sido sangre mía la que en tus ondas llevas?
Pero de ti me alzo. De ti surto ¿era un nudo
de amor? ¿era un silencio poseso? No lo sabremos nunca.

Mutilación me llamo. No tengo nombre; sólo
memoria soy quebrada de ti misma. Oh mi patria,
oh cuerpo donde vivo desterrado,
oh tierra mía,
reclámame
súmame yo en tu seno feraz. Completo viva.

Con un nombre, una sangre, que nuestra unión se llame.

 

CUERPO DE AMOR

Volcado sobre ti,
volcado sobre tu imagen derramada bajo los altos
álamos inocentes,
tu desnudez se ofrece como un río escapando,
espuma dulce de tu cuerpo crujiente,
frío y fuego de amor que en mis brazos salpica.

Por eso, si acerco mi boca a tu corriente
prodigiosa,
si miro tu azul soledad, donde un cielo aún me
teme,

veo una nube que arrebata mis besos
y huye y clama mi nombre, y en mis brazos se
esfuma.

Por eso, si beso tu pecho solitario,
si al poner mis labios tristísimos sobre tu piel
incendiada
siento en la mejilla el labio dulce del poniente
apagándose,
oigo una voz que gime, un corazón brillando,
un bulto hermoso que en mi boca palpita,
seno de amor, rotunda morbidez de la tarde.

Sobre tu piel palabras o besos cubren, ciegan,
apagan su rosado resplandor erguidísimo,
y allí mis labios oscuros celan, hacen, dan noche,
avaramente ardientes: ¡pecho hermoso de estrellas!.

Tu vientre níveo no teme el frío de esos primeros
vientos,
helados, duros como manos ingratas,
que rozan y estremecen esa tibia magnolia,
pálida luz que en la noche fulgura.

Déjame así, sobre tu cuerpo libre,
bajo la luz castísima de la luna intocada,
aposentar los rayos de otra luz que te besa,
boca de amor que crepita en las sombras
y recorre tu virgen revelación de espuma.

Apenas río, apenas labio, apenas seda azul eres tú,
margen dulce,
que te entregas riendo, amarilla en la noche,
mientras mi sombra finge el claroscuro de plata
de unas hojas felices que en la brisa cantasen.

Abierta, penetrada de la noche, el silencio
de la tristeza eres tú: ¡Oh mía, como un mundo en
los brazos!
No pronuncies mi nombre: brilla sólo en lo oscuro.

Y ámame, poseída de mí, cuerpo a cuerpo en la dicha,
beso puro que estela deja eterna en los aires.

 

RAFAEL ALBERTI

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Este poeta nacido en el Puerto de Santa Maria (Cádiz) en 1902, ingresó en 1913 en el mismo colegios de los jesuitas donde había estudiado el gran Juan Ramón Jiménez.

Se sintió discriminado en aquel ambiente, no resultando un buen estudiante.
En 1917 se trasladó a Madrid con su familia y allí, en el Museo del Prado inició su amor por la pintura.
Su vocación literaria, parece que también empezó a motivarse debido a esa enfermedad de pecho tan asidua a la época, de la que ya hemos hablado.

Visitando varios países de Europa, siempre estuvo al lado del los ambientes republicanos y comunistas.
También visitó América del Sur y en 1963 se estableció en Roma.
Tenía en su haber el premio Lenin de la Paz y también en 1983 se le concedió el Premio Cervantes.

Falleció en Madrid en 1999.

HACE FALTA ESTAR CIEGO

Hace falta estar ciego,
tener como metidas en los ojos raspaduras de vidrio,
cal viva,
arena hirviendo,
para no ver la luz que salta en nuestros actos,
que ilumina por dentro nuestra lengua,
nuestra diaria palabra.

Hace falta querer morir sin estela de gloria y alegría,
sin participación de los himnos futuros,
sin recuerdo en los hombres que juzguen el pasado
sombrío de la tierra.

Hace falta querer ya en vida ser pasado,
obstáculo sangriento,
cosa muerta,
seco olvido.

Por amiga, por amiga.
Sólo por amiga.
Por amante, por querida.
Sólo por querida.
Por esposa, no.
Sólo por amiga.

Aquí una casa, querida,
sólo con cuatro balcones,
sólo con cuatro cortinas,
sólo con dos corazones
y un espejito, mi vida.

El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo el mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?.
¿Por qué me desenterraste
del mar?.

En sueños, la marejada
me tira del corazón.
Se lo quiere llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá?

 

CUERPO DESHABITADO

Yo te arrojé de mi cuerpo,
yo, con un carbón ardiendo.
– Vete.
Madrugada.

La luz, muerta en las esquinas
y en las casas.
Los hombres y las mujeres
Ya no estaban.
– Vete.

Quedó mi cuerpo vacío,
negro saco, a la ventana.
Se fue.
Se fue doblando las calles.

Mi cuerpo anduvo, sin nadie.
Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.
Por ir al Norte, fue al Sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.

Creyó que el mar era el cielo;
que la noche, la mañana.
Se equivocaba.
Que las estrellas, rocío;
que el calor, la nevada.
Se equivocaba.

Que tu falda era tu blusa;
que tu corazón, su casa.
Se equivocaba.
(ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama).

 

LA MALDECIDA

No quiero, no, que te rías,
ni que te pintes de azul los ojos,
ni que te empolves de arroz la cara,
ni que te pongas la blusa verde,
ni que te pongas la falda grana.

Que quiero verte muy seria,
que quiero verte siempre muy pálida,
que quiero verte siempre llorando,
que quiero verte siempre enlutada.

Los ángeles bélicos
Viento contra viento.
Yo, torre de mando, en medio.
Remolinos de ciudades
bajan los desfiladeros.
Ciudades del viento sur,
que me vieron.

Por las neveras rodando,
pueblos.
Pueblos que yo desconozco,
ciudades del viento norte,
que no me vieron.

Gentío de mar y tierra,
nombres, preguntas, recuerdos,
frente a frente.
Balumbas de frío encono,
cuerpo a cuerpo.

Yo, torre de mando, en medio,
lívida torre colgada
de almas muertas que me vieron,
que no me vieron.
Viento contra viento.

 

SABES TANTO DE MI

Sabes tanto de mí, que yo mismo quisiera
repetir con tus labios mi propia poesía,
elegir un pasaje de mi vida primera:
un cometa en la playa, peinado por Sofía.

No tengo que esperar ni que decirte espera
a ver en la memoria de la melancolía,
los pinares de Ibiza, la escondida trinchera,
el lento amanecer sin que llegara el día.

Y luego amor, y luego, ver que la vida avanza
plena de abiertos años y plena de colores,
sin final, no cerrada al sol por ningún muro.

Tú sabes bien que en mí no muere la esperanza,
que los años en mí no son hojas, son flores,
que nunca soy pasado, sino siempre futuro.

 

SONETO

Te digo adiós, amor, y no estoy triste.
Gracias, mi amor, por lo que ya me has dado,
un solo beso lento y prolongado
que se truncó en dolor cuando partiste.

No supiste entender, no comprendiste
que era un amor final, desesperado,
no intentaste arrancarme de tu lado
cuando con duro corazón me heriste.

Lloré tanto aquel día que no quiero
pensar que el mismo sufrimiento espero
cada vez que en tu vida reaparece

ese amor que al negarlo te ilumina.
Tu luz es él cuando mi luz decrece,
tu solo amor cuando mi amor declina.